Cada vez más, probablemente por ser madre, me pregunto, me emociona y me inquieta a partes iguales, qué realidades detonará lo que algunos comparan con las anteriores revoluciones industriales. Y si bien es una revolución, cuando hablamos de inteligencia artificial no podemos hacer paralelismos con la invención de la máquina de vapor, la producción en masa o la automatización. No podemos porque lo que antes era una transformación de, principalmente, procesos y herramientas, ahora es una transformación de las capacidades humanas y esto, cambiará el orden mundial de las cosas.
Hace unos días hablaba con un colega sobre este tema y me recomendó una entrevista a dos grandes con posturas prácticamente antagónicas sobre los beneficios y riesgos de la inteligencia artificial (IA): Yuval Noah Harari, historiador y filósofo, y Mustafa Suleyman, fundador de Deepmind. Lo primero que me llamó la atención es que un israelí y un descendiente de sirio, ambos relacionados con medio oriente, conversaran sobre el futuro de la humanidad, conversaciones lideradas habitualmente por occidente (más anecdótico que otra cosa). Pero automáticamente lo relacioné con el cambio de poderes y los impactos geopolíticos que la IA traerá consigo. Ellos mismos también se refieren a este tema en la conversación, y cómo aquellos países líderes saldrán victoriosos en detrimento de los que no, lo que impactará en una posterior redistribución de la riqueza y del trabajo y lo que posiblemente, podría crear todavía más desigualdades sociales.
Oyéndoles hablar me surgía la duda sobre nuestra dificultad para estimar los potenciales impactos de la IA. Hace unos pocos años recuerdo asistir a una charla en la que participaban varios expertos y todos compartían la hipótesis de que la IA iba a automatizar tareas tediosas y de poco valor para “liberar” a las personas y “colocarnos” en puestos donde aportáramos más y nos sintiéramos mejor. Claro, hablábamos de una IA que procesaba grandes cantidades de información pero que nos dejaría a las personas lo que de las personas es: la creatividad y la capacidad de sentir. Nada por lo que preocuparnos. Ahora, quien más o quien menos, nos ayudamos de la inteligencia artificial generativa (IAG) para algunas tareas del día a día: emails, publicaciones, consultas, copys, etc. Y que las máquinas fueran creativas, que crearan ideas completamente nuevas, era impensable, como que algunos trabajos aparentemente intocables fueran impactados tan rápido por estas: recordaremos la huelga de guionistas en Hollywood por regular el uso de IA, con acuerdo reciente sobre número mínimo de guionistas, salarios y empleo de tecnologías.
Ahí está la clave, la velocidad con la que avanza y el desconocimiento de las posibilidades o los límites. El mismo Suleyman comenta que esa inteligencia artificial general como fin último, algoritmos con capacidades cognitivas que igualen o superen las de los humanos, es algo realmente complicado, pero si ve en unos pocos años el desarrollo de lo que llama inteligencia artificial capaz (IAC), y esta se mediría por la “capacidad de las máquinas de hacer, no solo de decir”. En su libro “La ola que se avecina: tecnología, poder y el mayor dilema del siglo XXI”, propone un Test de Turing moderno que consiste en hacer que las máquinas conviertan 100.000 dólares de inversión en 1 millón mediante la investigación de la oportunidad en el e-commerce, el diseño de los planos del producto, el acuerdo con el fabricante, la producción y venta en algún lugar tipo Amazon. Eso que podrían hacer las máquinas lo hacen ahora perfiles comerciales, marketing, operaciones, digitales, entre otros. Por lo que, y según él mismo, cuando alcancemos la IAC “las consecuencias para la economía mundial serán sísmicas”.
Que por otro lado me pregunto, si esos beneficios potenciales de la IA para ayudarnos a enfrentar desafíos globales como el cambio climático quedan medidos por la capacidad de generar dinero, ¿cuál es el propósito real de la IA?
Lo que es evidente, y así comentan tanto Yuval como Mustafa, es que el trabajo será fuertemente transformado, primero de manera progresiva y más adelante, cuando la tecnología haya alcanzado su punto de madurez, de manera radical, lo que abrirá la puerta no sólo a nuevos roles alrededor de estas tecnologías, sino diferentes ciclos de obsolescencia laboral (por ejemplo, un desarrollador software altamente cotizado en la actualidad tiene un 96% de habilidades potencialmente aumentables por IAG), de redistribución de la población laboral (hoy en día India es la tercera potencia con más skills después de Finlandia e Irlanda) y de destrucción de trabajos actuales.
Lo que para Yuval es el fin de la historia de la humanidad, no por los tintes pesimistas sino por el fin de la era de control absoluto de los humanos, trae numerosos interrogantes y oportunidades para que las empresas puedan empezar a dibujar su papel en el nuevo mundo y el equipo de personas que necesitarán a su lado.
Allí por 2017 en Uncommon editamos el reporte Linkedout: Reporte de futuros del trabajo hacia 2030, que lejos de estar desactualizado, refuerza las direcciones organizacionales que ya estamos experimentando y plantea 4 escenarios de futuro en función de qué tan libres o desplazados nos harán las nuevas condiciones de trabajo, y qué tan abundante o limitado será el crecimiento asociado.